La historia contada aquí está basada en hechos reales. Numerosos datos han sido modificados para salvaguardar la identidad de las personas que intervinieron.
Todavía recuerdo a mi primer paciente. Le atendí online. Corría el verano del año 2009. ¿Pero cómo llegó a mí? Me encontraba recorriendo un sendero campestre a pie en Madrid acompañado de Raúl, un buen amigo mío.
Resultó que caminando coincidimos con un grupo muy alegre de tres personas, una chica y dos chicos. Uno de estos chicos que tenía veintidós años, tras andar animosamente a nuestro lado unos dos kilómetros se paró al borde del camino muy asustado. Yo me acerqué a ver qué le estaba sucediendo. Él me explicó que estaba sufriendo una fuerte taquicardia. La chica que iba con él era su pareja y parecía estar bien informada acerca de su problema.
Me estuvo contando el miedo que tenía a morirse cuando se le aceleraba el corazón, y que por este motivo había dejado de ir a muchos lugares que antes frecuentaba. No cogía el metro y en el trabajo lo pasaba fatal. Algunos compañeros le entendían, pero la mayoría no. No se atrevía a meterse en un aparcamiento subterráneo con el coche ni a coger un autobús. La relación con su pareja últimamente también se estaba resintiendo bastante, aunque ella le apoyaba y animaba.
Fui ahondando en el problema y todo me llevaba a lo que había estudiado con mi profesora de psicopatología Humbelina de la Universidad de Granada (UGR). Parecía evidente que estaba sufriendo lo que la literatura refiere como Trastorno de Pánico con Agorafobia… Y además era un trastorno en toda regla, me refiero a que no sucedía como en tantas ocasiones que el término trastorno se utiliza desafortunadamente como sinónimo de enfermedad. Se trataba de un trastorno auténtico porque este problema le estaba trastornando en su día a día de una manera muy real y marcada. Tanto a él como a su pareja Carmen, ambos vivían juntos en un barrio de Madrid.
Según me explicaron Fernando llevaba unos tres años acudiendo a terapia en un centro también en Madrid. El centro estaba regentado por una psicóloga y un psiquiatra que trabajaban asociados. El psiquiatra que le acompañaba en el proceso le tenía recetado Prozac, cuyo principio activo es la Fluoxetina, y la psicóloga estaba haciendo sesiones “terapéuticas” con Fernando bisemanalmente desde hacía ya casi tres años. Yo sin embargo por aquel entonces no había ejercido aún la psicología. Pero me sentía lo bastante formado como para discernir si las cosas se estaban haciendo correctamente o no.
A mí de principio me chirrió mucho la necesidad de tomar fármacos para un problema para el que realmente es innecesario. Me chirrió aún más que fuera Fluoxetina porque esta se suele recetar con objetivo de recalcar sus supuestas propiedades antidepresivas, pero sus propiedades ansiolíticas son como en casi todos los psicofármacos “psiquiatrizantes”, absolutamente insuficientes, innecesarias y además perpetuadoras del problema. De hecho, en el espectro de los trastornos de ansiedad y concretamente en los llamados Trastornos de Pánico con apellido de Agorafobia como este, el fármaco se considera “un objeto de seguridad” más, es decir que la persona tiene que dejar de usarlo necesariamente para solucionar su problema. Por tanto, no solo se trata de un inconveniente sino de un perpetuador del trastorno.
Sin embargo, lo peor fue cuando me contó lo que la psicóloga de Madrid estaba diciéndole durante las sesiones. Estuve a punto de denunciar. No lo hice… Parecía realmente evidente que estaba acrecentando su problema, haciéndole sufrir innecesariamente, diciendo lo contrario de lo que había que hacer. Por supuesto que casi tres años para solucionar un problema de estas características o bien se trataba de una incompetencia sin límites o bien le estaban timando… En este caso fue lo segundo. Tengo que decir en defensa de mis compañeras psicólogas que no me he vuelto a topar en mi práctica clínica con otro/a profesional de sendas características. Al menos me consuela que esta persona sea un espécimen en extinción, igualito que el mamut del título de este artículo.
Diez sesiones online tutorizadas por un centro amigo de Granada bastaron para solucionar su problema. El psicólogo que me hizo el seguimiento había sido mi terapeuta y cuando le conté la historia no tuvo más remedio que tutorizarme. Usamos un enfoque cognitivo-conductual ya que era el que molaba en aquellos años. Sesiones informativas y explicativas, autorregistros, exposiciones propioceptivas, y afrontamiento de situaciones agorafóbicas así como sesiones de seguimiento. Cuando Fernando visitó Granada y vio el centro de mi tutor. Pues allí hicimos la última sesión de seguimiento, se quedó decepcionado por el desorden de libros a medio leer sobre las mesas y cuerpos no esculpidos de profesionales despeinados, porque según Fernando, el centro que le había “asistido” en Madrid y que le llevaba engañando ya unos tres años era un centro aséptico, de libros sin tocar en estanterías impolutas y profesionales de batas de color blanco nuclear.
Hoy día estoy formado en terapias de tercera generación, concretamente en ACT y Diálogos Abiertos. Pero aquellas fueron las mejores prácticas que pude tener. Fernando confió en mí. Hicimos las sesiones por Skype semana a semana ya que él vivía en Madrid y yo aunque soy almeriense por aquellos entonces era residente en Granada.
Fernando, trabajaba como vendedor en un concesionario de coches. Hace unos cuatro años volví a hablar por teléfono con él. Me alegró enormemente lo que me contó. Había empezado y terminado la carrera de Psicología en la Complutense y acaba de abrir su propio centro y estaba empezando a llevar sus propios pacientes. Seguro que con un buen hacer sin límites como le corresponde a una persona de la sensibilidad de Fernando.
La historia que ha sido contada aquí está basada en hechos reales. Numerosos datos han sido modificados para salvaguardar la identidad de las personas que intervinieron.